30/10/16

Un día de muertos anticipado.

Hoy 28 de octubre de 2016, me encuentro en la Ciudad de México, es tarde y el cielo muy gris, el tráfico  invade las avenidas y calles pequeñas. Nuevamente, la delincuencia invade con sus súplicas a San Judas Tadeo. La Virgen del Metro, antes tan venerada, hoy está en el olvido. Carros adornados, autos nuevos y viejos, gente disfrazada de San Juditas deambula por la calle. Hay miedo entre los habitantes, ya que, los seguidores del Santito, le prometen dinero y lo consiguen robando, cada 28 de octubre. Son los parias de la sociedad, gente joven sin oportunidades de empleo, educación ni salud. Por cierto, estos derechos han sido privatizados poco a poco por la clase en el poder y la gente ni protesta ni denuncia.
La delincuencia de todos los niveles, inicia su festejo desde la noche anterior, lanzan cohetes, llevan música, hacen filas para entrar a la iglesia y entregarle al santo, una parte de sus atracos. Hay limosnas muy jugosas, música en vivo con banda o con mariachis, flores, cánticos y la vestimenta al estilo del santo o con playeras alusivas a una banda de atracadores o una imagen del santito y cada grupo delincuencial lleva una imagen del san Juditas en brazos, en carro o en camionetas.
¿Qué le piden al santo? ¿Qué favores recibieron del santo? La respuesta es sencilla. le piden protección para sus atracos y le agradecen por haber llevado a buen término un asalto, una estafa o un trinquete.
La policía observa y protege a los caminantes, delincuentes disfrazados de San Judas y los protege para que lleguen con "bien" al altar del santito.  Muertes de jóvenes y también de ancianos en manos de la delincuencia y una noticia inesperada, desde Polotitlán me avisan que falleció la hija de Don Goyo. Descanse en paz, una criatura que en vida padeció tantos tratamientos y agresiones médicas, desde su nacimiento, ella sufrió las inclemencias del Seguro Popular, cortina que tapa la verdadera y perversa intención del gobierno para privatizar el derecho a la salud.  Por los muertos/as que son nuestros muertos/as no sólo lagrimas, también la protesta y la exigencia de un país más justo y equitativo.

Día de muertos

Poner la ofrenda para recibir a nuestros difuntos, es una tradición que trato de conservar. Saber que vendrán a mi casa y que puedo recibirlos/as con el cariño y amor de siempre es un evento que  alegra mi corazón.  Estuve pensando cómo arreglar los detalles y los adornos para recibir con ánimo y sin tristeza a mis difuntos/as.
Es muy reciente para hacer la ofrenda para mi amiga Meli, pero entendí que es un homenaje a ella, esta ofrenda.
Compré las flores, veladoras, incienso y papel picado para adornar su altar. Mientras arreglaba la mesa, pensé mucho en ella, en toda la falta que me hace su compañía, en su orden en el pensar, en su risa, en sus hermosas manos y sus ojos grandes como el sol.
Cada espacio de mi casa, me recuerda su presencia, que  si las tijeras, las bolsas de papel, los ganchos para las puertas, la red para lavar, la maceta que tenía tulipanes rojos y ahora sembré una cuna de Moisés, las velas azules, las cartas escritas hace más de 45 años y que conservo con su letra manuscrita perfecta. Caminé por el centro de la ciudad y cada puesto, cada calle trae recuerdos de mi amiga, que si el puesto donde venden las mejores series de luces para el árbol de Navidad, que si el lugar donde venden las telas de licra más baratas, la tela para cortinas, los tacos de canasta, la ropa interior, el Nuevo Mundo y las combinaciones de tela para los vestido y pantalones, en fin mi amiga Meli está conmigo siempre, ya no me pongo triste, ahora festejo cuando me acuerdo de ella, cuando un puesto o una mercancía me remonta a una plática o a un consejo de ella. Gracias amiga, gracias por seguir a mi lado, por acompañarme en esta Ciudad compleja y solitaria, aunque esté llena de gente, pero entre esa multitud, te encuentro amiga, me das destellos de tu luz en cada recuerdo.
Lo mismo me sucede con otros de mis difuntos, con mi hermano Luis, con mi hermano Rodolfo, con mi madre, con Luis Arturo, con mis padrinos y con mi hija nonata. Agradezco a esta tradición del Día de Muertos, porque aprendí a recordar en vida los momentos maravillosos que están en mi memoria y en mi corazón.