Decidí tatuarme su nombre.
Pasó el día de la amistad y extrañé a mi amiga,
pero esta vez era el vacío real de la ausencia, ese agujero que aparece en el
corazón y que sabes no podrás llenar, porque esa amistad ya no la encontrarás.
Sólo los recuerdos alimentan el presente, así que saqué todas las cartas
amarillas por el tiempo, escritas con su letra tan perfecta -tan al estilo
“palmer”- como si fueran dibujos bien
trazados, así son las palabras que el papel todavía conserva.
Comencé a leer, a recordar aquellos años de nuestra
juventud, de las preocupaciones, de los proyectos y de la alegría de
vivir. Mi amiga se tomaba la molestia de
escribir cada tercer día, durante las vacaciones, tenía el cuidado de escribir
en papel y sobres de colores, en ocasiones escribía en máquina mecánica, lo que
era un lujo y un detalle de distinción.
Cada carta contiene un trozo de nuestra vida y
mientras leía se agolparon muchos recuerdos, por ejemplo, me compré un auto
pequeño, un “volcho” con el aguinaldo y el dinero de las vacaciones, mi padre
me enseñó el funcionamiento del clotch, frenos y el encendido, salí con mi
padre como copiloto, yo manejaba y todo el camino escuché el grito de ¡frena,
frena! ¡Que pares te digo! Ya lo apagaste. Así que, al regresar de esa única
experiencia, pensé en no volverla a padecer y al día siguiente me llevé el auto
yo sola al trabajo, sola desde el centro hasta Azcapotzalco, pero manejaba muy
mal, ya no eran los gritos de mi padre, ahora eran las mentadas de los otros
conductores y los claxonazos.
El fin de semana Mely, propuso enseñarme los
detalles más importantes del manejo. Fuimos a Zacatenco, había un auto cinema y
ahí me explicó con mucha paciencia, cómo pasar un tope, usar las direccionales,
frenar con el cloch o con punto muerto y más secretos, asumí con confianza el
manejo del auto gracias a mi amiga Mely.
Fueron muchos los momentos y las circunstancias en
las que ella completó mis experiencias de vida, por eso, ahora me siento con
ese vacío que no logro quitar, para febrero o a veces hasta marzo, nos reuníamos
para celebrar nuestra amistad, comíamos juntas y luego a platicar de nuestras
vidas, lo que hicimos, lo que queremos hacer, siempre con esa actitud que
extraño tanto, de colaboración, de ayuda, sin juzgar, sin menospreciar mis
logros y estimulando mis potenciales, como el de coser, ella me invitó a coser
y encontré en la costura un vínculo con mi amiga y un placer que me sosiega y
tranquiliza. Todo esto aderezado con esas carcajadas tan de ella, tan sinceras.
Me gustaba provocar su risa, sus grandes ojos se hacían pequeños, sus largas
pestañas se entrecruzaban y en varias ocasiones las lágrimas aparecían, pero
eran lágrimas de alegría, recuerdo que me decía, -para ya, no sigas- al tiempo
en que buscaba un pañuelo para limpiarse esos ojazos que reían al compás de sus
risotadas.
Mely me hace falta, ahora no tengo a quien
platicarle mis tristezas o mis alegrías, no tengo la oportunidad de preguntarle
cómo poner un cierre, hacer una bastilla a una falda circular, cómo usar los
aditamentos extras de la máquina de coser, es más, ya no tengo ganas de coser.
Un día ella me regaló una máquina de coser muy completa, me dijo que yo la
reglara y como esa máquina era más completa que la mía, le pedí que me la
regalara y ella accedió con mucho gusto, como todo lo que ella hacía. Comencé a
coser, ella vino un día a mi casa y me
enseñó a usar el instrumento para hacer ojales, el de pegar cierres invisibles,
el prénsatelas que sirve para unir telas, el que hace fruncidos y otros más. No
me caracterizo por ser cuidadosa o perfeccionista, mi estilo es más al
“chingadazo” y terminar pronto, ella me ayudó a pensar diferente, a llevar a
cabo una tarea, pensando en hacerla lo mejor posible, para mí era muy difícil,
cuando le mostraba mis costuras, sentía pena porque no tenían una buena
terminación, es decir, el cierre quedaba hecho un holán, la bastilla iba de
pequeña a grande y los sobrantes los cortaba, era una malhecha, diría mi madre
y seguramente Mely lo pensaba. Me dejaba una lista con links para que viera
tutoriales o información precisa, para mejorar en la costura, nunca hizo una
expresión o un comentario desagradable, siempre evitó incomodarme y me señalaba
posibilidades para corregir los errores cometidos. Así aprendí a calmar la
urgencia de terminar la costura al “chingadazo”, comencé a procurar hacer las
cosas con calma y bien, Mely me decía no hay prisa cuando coses, hay deseo de
hacer las cosas bien. Y cuanto le
agradezco sus consejos y los estímulos, porque me regaló un sinfín de patrones
fáciles, para que cosiera despacio y bien, hasta que aprendí a coser lento,
pensando en ella, en si ella haría tal o cual terminado o trazo sobre la tela,
si Mely descosería unas puntadas incorrectas y luego comenzaba a bajar el ritmo
de la costura y a descoser cuando me equivocaba, también en la vida diaria,
comencé a pensar de esa manera, despacio porque es un placer y lo hago bien
porque ese es el reto.
Como estamos en marzo y el vacío está en mi
corazón, decidí tatuarme tu nombre y una máquina de coser, porque cambiaste mi
estrés y la actitud malhecha, con tu paciencia y tu ejemplo, con tus consejos y
con tu risa, con tus regalos y con la gran amistad que me regalaste.
Hoy estás conmigo, tu nombre lo copié de una de tus
cartas, la máquina la diseñó mi hija y aquí estás a mi lado con ese caudal de
bondad que compartiste conmigo y con todas las personas que estuvieron cerca.
Gracias amiga, el hilo, la tela, la máquina de coser
y tu amistad cambiaron mi vida. Un día de estos vuelvo a coser y bien o al
menos lo intentaré.
Martes 7 de marzo 2017.
Ana Lilia Garrido M
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