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El Ego familiar o ya bájate del altillo.
Es tan difícil la convivencia
con otros seres humanos, que hacemos nudos en nuestra existencia y seguimos
rondando en los entresijos de la sociedad. A veces nos topamos con gente que
nos quiere a su manera, con personas atormentadas y otras armónicas, detectamos
sus deficiencias, pero nunca vemos hacia nuestro interior, negamos nuestros
vacíos. Así transcurren los días y nunca logramos encontrar con quien vivir en
concordia.
Hoy platicamos, hoy nos
escuchamos y abrimos nuestro corazón. Muy
complicada es nuestra existencia, trepadas en un altillo desde donde miramos y
juzgamos a todo el resto del mundo. Observamos las carencias de los demás para
negar nuestras limitaciones. Entendí que
la ausencia de su padre, la suplí con halagos, con imágenes agrandadas de sí
mismos, los hice merecedores de todo sin enseñarles a corresponder ni valorar
el esfuerzo que hacíamos para complacerlos. Nuestros hijos crecieron sin pensar
en nadie más que en ellos, como “deidades” universales, sus necesidades
deberían ser atendidas por encima de las carencias de sus padres, la alegría infantil
era alimentada inflando su ego, les endilgamos etiquetas que los subían a la
estratosfera y se fueron, volaron, se alejaron. Pero al irse, se llevaron
consigo el hueco de sus corazones, el no saber brindar cariño, ternura,
agradecimiento y la idea de creer que
merecen todo a costa de todos.
Encontrar pareja les ha costado
muchos esfuerzos, los tres buscan compañía de personas disminuidas o carentes
de solvencia económica, estabilidad laboral o intelectual, con problemas en la
autoestima o sin valía personal, de esta manera, ejercen un dominio y control
de las otras vidas, exigen la incondicionalidad y el sometimiento, la sumisión.
Brindan momentos gratos o confort económico o aportaciones intelectuales a
cambio de la servidumbre humana, imponen la negación del otro como requisito
para seguir disfrutando los beneficios de estar cerca de la “deidad”. Esta
situación tiene un periodo de duración hasta en tanto, el otro crece o
encuentra en otros los beneficios que la “deidad” les regalaba y es entonces
cuando, comienza el protocolo de exhibir la ira, recriminar al traidor,
rotularlo con adjetivos ofensivos y ahí aparezco yo, como una comparsa que
repite los agravios, alimenta el ego como cuando niños, les digo -no te merece.
Tú eres mucho para esa persona- Con esta actitud, los condeno a su infelicidad,
a la grandiosidad de la soledad y a la omnipotencia de su soberbia, a la frialdad
de su corazón y la insensibilidad para entender las dolencias del otro. Formé personas
egoístas, lo tengo que reconocer y asumir.
Cuando miro los ojos de mi hija,
llenos de lágrimas tratando de comprender por qué se enoja tanto cuando su
pareja no actúa como ella quiere, observo tristeza al revisar su comportamiento abusivo
y déspota, se avergüenza de su proceder. El recuento de sus acciones, la azota
y percibo su rostro doliente, y al mismo
tiempo se culpa, trata de justificarlo y justificarse, ambas actitudes no la
ayudan. Recrea algunos momentos de las riñas y los enojos, poco a poco avanza
hacia el reconocimiento de su arrogancia y llora. Escucho su reclamo, su
petición, exigiendo límites y en ese instante, asumo la actitud que me pide, es
momento, para cambiar y dejar de complacer, para ubicarla en la justa dimensión
de la convivencia, donde los adjetivos de grandeza ya no son útiles.
Ella tiene la tarea de llenar su
pastillero, definir el amor a ella, el respeto, la aceptación, el valor y el
reconocimiento, estas cinco categorías le ayudarán a entender quién es y saber
del compromiso social con los otros. Desechar de su vida las definiciones que
la familia, la sociedad y la cultura le impusieron, dejar salir a su verdadera
esencia y dejar de juzgar a los otros, los que siempre estaremos mal o
equivocados, porque la deidad así lo dice.
Este 7 de mayo de 2018,
hablamos, nos entendimos y aceptamos que tenemos que modificar nuestros guiones
de comportamiento enfermo, seguiremos hablando con el corazón en la mano y con
toda la honestidad posible.
¡Y no hay de otra, tenemos que bajarnos del
altillo!
Ana Lilia Garrido M
7 de mayo de 2018.