Aquí, la gente disfruta del placer de existir, camina sin detenerse a contemplar lo simple y lo grandioso del pueblo, no observa, sólo mira y camina. En ocasiones me pregunto si esta gente que ríe y compra en el centro de la capital, es capaz de sentir el dolor ajeno. Creo que no, afirmo que la mayoría de las personas pasa sin detener la mirada en los/as otros/as, contempla en sus adentros la lista de necesidades materiales que anhela y que pronto comprará, en abonos o con la tarjeta, pero se dará -algún día- ese gustazo.
Me preocupa el desinterés por el sufrimiento de los demás, muchas veces he presenciado arranques de violencia en el metro o en las calles y nadie interviene, nadie participa para frenar la agresión, la gente se hace a un lado o camina aprisa para evitar comprometerse. En otro tiempo, cuando había un suceso de violencia la gente se acercaba al chisme o por morbo y sus ojos se convertían en testigos del acontecimiento. La violencia cabalga sobre la Ciudad de México y los/as habitantes nos vamos acostumbrando al olor a sangre y a ofensas verbales y físicas. Es tan común que alguien ofenda a otra persona o que la agreda. Niños/as, personas jóvenes, adultos/as y ancianos/as se han visto en la penosa situación de ser agredidos, hoy en la carnicería, vi cómo un hombre de unos 45 años, llegó acompañado de un joven y sin mediar consideración alguna hacia las personas que estábamos haciendo fila para que nos atendiera el carnicero, le preguntó cuánto er de su pedido de carne y además exigió que le pesara un trozo de carne más, el total de su compra eran 270 pesos y el tipo le dijo te cobras 240 y ni la armes cuñado y el carnicero le regresó 60 pesos y el tipo se aleja burlón. En ese momento llega una mujer muy mayor, acompañada de tres hombres, le solicita al carnicero que la atienda porque lleva prisa, el carnicero hace mi cuenta y mientras me entrega el cambio, la señora le dice que quiere bisteces, pero sin aplanar, porque se hacen una chingaderita cuando se cocinan, y comenta con los hombres que están a su lado, -que se aplane sus pinches nalgas este pendejo-. La mirada de la mujer era de odio, al igual que la de los hombres que la acompañaban. me retiré y no dejo de analizar qué pasa con esta violencia que nos envuelve y nada hacemos.
1 comentario:
que horror!! Intimidar para abusar ... ruín
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